sábado, 31 de enero de 2015

Eres el Amado

Señor mío y Dios mío:
Tu presencia en mi vida también comenzó con temor, pero era muy pequeña, tanto que aún le temía a la oscuridad y los monstruos que según mi imaginación la habitaban. Y, como tus discípulos en la tempestad, afloraba tu nombre en mis labios y entonces se iluminaba la noche, desaparecían los peligros y todo tornaba a la calma. Pero yo no me preguntaba ¿Quién es éste?, no, yo sabía que eras el amor encarnado; tal como lo sé ahora cuando antes de dormir, por la noche, mi último pensamiento y mi última sonrisa son para Ti.
Gracias Jesús, siempre has estado a mi lado, a pesar de mis miserias. Te amo.



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