Luc. 4, 24-30
Señor mío y Dios mío: Esta Palabra tuya!!! Cuánto remueve en mi corazón. Pienso, Jesús, cuántas veces obré como ellos, no supe escuchar a quienes me rodeaban. En mi pensamiento me dije: ¿Qué sabrá ést@! ¡Qué me quiere enseñar si las cosas son así o asá!. Otras más me ha disgustado el que no me escuchen, y otras muchas más me han perseguido por mis razonamientos.
Hoy te suplico, Amado, concédeme las virtudes necesarias para escuchar atentamente a quien me habla, aprender a tener paciencia con quien no me presta atención y constancia para seguir, a pesar de ello, hablando de Ti y de las maravillas que has hecho en mí, especialmente en mi núcleo familiar, siempre el interlocutor más difícil y sobre todo la serenidad plena para seguir mi Camino sin doblar, sin cambiar de rumbo y sin desistir, pero... también te suplico ¡dame algo de tu dulzura!. Amén.
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