Señor mío y Dios mío: Todos corrían a verte, a tocarte, a pedirte que los sanaras a ellos, a sus enfermos; sabían y creían que Tú lo puedes todo, se conformaban con tocar con la yema de los dedos los flecos de tu manto. Y yo, Señor, te tengo a mi alcance, todas las veces que quiero. Sin embargo, nos soy consecuente en buscarte, en seguirte, en confiarte totalmente mi salud, física y espiritual, la de mi familia. ¿Será que estoy como los apóstoles que de tanto estar a tu lado eran un tanto indiferentes a tu magnanimidad? Y ¿sabes? yo creo que somos mayoría, por eso humildemente, tocando el fleco de tu manto en la Sagrada Eucaristía, te pido con el corazón de rodillas: ¡Señor, auméntanos la fe! Amén.
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