lunes, 4 de febrero de 2013

Vete a tu casa


*En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse con Él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: "Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti."*
Marcos 5, 18-19


Señor mío y Dios mío: cuando soltaste las cadenas que me sujetaban al pecado, a los rencores, a las heridas del corazón, fui detrás tuyo sin preguntarte y prediqué sin conocerte bien, aunque dando mi testimonio de fe, salvada en la prédica por tu Espíritu Santo. Pero tu mirada es más amplia que mis deseos de andar tratando de ser tu apóstol por decisión propia. Y un día me mandaste a casa, a mi casa interior, a conocerte y reconocerte, a conocerme y a reconocerme. Y en el silencio me fuiste puliendo, eliminando las asperezas, las astillas. Y descubrí que era mejor el callar, que es en el desierto donde es más fácil encontrarte,  escucharte, y conocerte. En soledad aprendí que, para tratar aunque sea muy poquito de colaborar con el Reino, siempre es mejor desbrozar el yo para llevarte a ellos, los hermanos, especialmente a los que, como los gerasenos por temor optan por echarte de sus vidas. Aprendí que es mejor unir las manos en la plegaria y elevarla a Aquél que todo lo puede, para Quién nada es imposible, que salir a los caminos donde puedo por mi ego deslucir tu preciosa orfebrería de almas. Gracias, Señor, Tú me conduces, haz en mi tu Santa Voluntad. Amén.



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